“Sentí la obligación de escribir sobre la trata y los feminicidios”: “Pilo” Galindo, dramaturgo juarense

29/02/2020 - 12:00 am

El autor chihuahuense habla acerca de Lomas de Poleo y El caimán y los sapos, dos de sus obras de teatro más reconocidas, cada una con una denuncia social: los feminicidios en Ciudad Juárez y la historia de violencia física, sexual y psicológica que vive un grupo de chicas, casi niñas, secuestradas por una red de proxenetas.

Edeberto cuenta cómo le afectaron los crímenes y la responsabilidad que sintió como autor: “Me volví muy psicótico, mis hijas eran adolescentes, muy pequeñas […] “Me estremeció mucho el tema, necesitaba escribirlo y lo hice, por todos los que cierran los ojos para no ver”.

Por Sandra Rosas

Ciudad Juárez, Chihuahua, 29 de febrero (JuaritosLiterario).- Dos de la tarde de un jueves, la ciudad me quema. Estoy en el Sanborns de la avenida Paseo Triunfo de la República, en Ciudad Juárez. Espero al escritor y dramaturgo chihuahuense Edeberto “Pilo” Galindo para una entrevista.

Le he pedido que conversemos sobre dos de sus obras de teatro: Lomas de Poleo (morir con las alas plegadas) y El caimán y los sapos. La primera aborda el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez a finales de los años noventa. La otra pieza denuncia la historia de violencia física, sexual y psicológica que vive un grupo de chicas, casi niñas, secuestradas por una red de proxenetas.

Ambos temas, el día de hoy, presentes y urgentes de resolver en todo México. Estoy a punto de apretar play, mientras la ventana pareciera proteger con sus barrotes negros el aire.

***

—Sandra Rosas (S): Sobre la trata de personas en México, ¿quiénes lo saben y por qué lo callan?

—Pilo Galindo (P): Escribí El caimán y los sapos cuando descubrí la historia de una muchacha que logró liberarse de un grupo de proxenetas. Me estremeció mucho el tema, necesitaba escribirlo; lo necesitaba como escritor, como persona, como juarense, como ser humano. Y sí, es muy fuerte, pero debía hacerlo y lo hice, por todos los que cierran los ojos para no verlo, los policías que se corrompen, la gente que vende chucherías y sabe que las chicas están ahí. Yo sentí que era mi obligación.

A mí la obra no me gusta. Entiendo cuando me dice la gente: “¡Ay!, me sentí muy incómoda” … ¡De eso va, de eso se trata! Imagínate, la trata de personas es una historia donde no hay salidas. Por eso, en la puesta en escena de 1939 Teatro Norte tampoco las hay. Aquí no hay para dónde hacerse. Cuando la chica dice “no me gusta mi vida, cómprame el veneno para ratas” al momento de acabársele la esperanza, representó mi pesar cuando empecé a descubrir esas cosas terribles. ¿Cómo se sentirán ellas, ahí, encerradas, salpicadas con su propia sangre? Yo sentí esa obligación, y pensé que con la escritura de la obra me iba a drenar.

Montaje de “El caimán y los sapos”. Foto: Juaritos Literario

El caimán y los sapos es una crítica a nosotros, porque todos somos culpables, corresponsales. Yo soy culpable, me guste o no, soy corresponsable de este asunto, por mi violencia, porque me tardé en dar con este tema. Y, sí, es muy fuerte, pero necesitaba escribirlo y lo hice. He escrito ya sobre las diferencias sexuales, la discriminación por el color de piel, por la religión. En este caso, una noche, estando con mi hija, le pedí que buscara la canción de Chayanne, Un dos tres. Si te das cuenta, todas las personas abrigamos la ilusión de un primer amor y las adolescentes más; por ello, también estamos obligados a ver lo que más nos duele.

Escribir la obra de teatro no va a cambiar el mundo. Picar en tu conciencia, eso es lo que debiera pasar y no pasa. Estamos obligados a ver el lado que nadie quiere ver y que es el que más nos duele. Finalmente, hay que decir que esa mayoría silenciosa que elige no mirar, está ahí a la par de una minoría que se preocupa por el exceso de plástico, por los animales… Esa minoría son gente salvando el mundo sin saber que lo salvan, gente que hace posible un mejor mundo.

—S: ¿Tu teatro es una denuncia?

—P: Claro, desde luego. Es denuncia, una acusación a nosotros como sociedad. Es documento. En este momento alguien se está robando a una niña. No obstante, como decía la chica en escena “El hecho de que hagas una película no va a resolver nada”. Tú vas por la Sullivan, en el Distrito Federal y ves a las muchachas disfrazadas de mujeres, casi en ropa interior, y pasan los católicos por ahí y no las ven, pasan los beatos y no las ven, pasan los policías y no las ven.

—S: ¿Cómo surge la publicación de tus obras completas de teatro?

—P: Hay un premio nacional de dramaturgia que se llama Juan Luis Alarcón. Mi hija y mi esposa le propusieron a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez que me eligieran, pero no quiso. Entonces, la Universidad de Querétaro me propuso. Cuando obtengo el premio, cuando supieron que me había ganado el premio, pues los de aquí de Juárez se agüitaron. Para corregir este descuido, querían publicar todas mis obras. Mi hija Austria hizo la selección. Tenía 60 obras. Luego vinieron y me dijeron “queremos que hagas un cuento sinfónico”; lo hice gratis. Se llenó el teatro. Después, les pedí ayuda con la compra de un boleto de avión para ir a Querétaro y no me lo dieron. Así son estos gobiernos. Usan a los artistas y cuando no les sirven los desechan.

—S: ¿Cómo ve la luz tu obra de teatro Lomas de Poleo?

—Después de que monté Puente negro, alguien me preguntó que de qué iba a escribir en mi siguiente obra. “Yo voy a hablar sobre los feminicidios”, dije. Por ese tiempo estaba escribiendo Amores que matan, en la cual hablé sobre los indocumentados; me gané una mención de honor con ese texto. Tiempo después, cuando trabajaba en Dallas en un McDonald’s, Eduardo Trías me llamó por teléfono y me dijo que se acaba de ganar la beca para escenificar tres obras de teatro. Me propuso que regresara y presentara Lomas de Poleo. “¿Pero Lomas de Poleo? Todavía no la escribo”, le dije. Y me hizo regresar a Juárez.

En esa época me volví muy psicótico, mis hijas eran adolescentes, muy pequeñas, por lo que me afectaron mucho esos crímenes. Lo difícil es que cuando escribes también tienes que ser el asesino. El escritor tiene que convertirse en cada uno de los personajes para poder entrar en diálogo.

En este caso, la escritura vino del caso de Barrio azul. La escribí basándome en el tolteca, en el Egipcio, en los dueños de bares que cometieron muchas atrocidades contra niñas, en eso me basé. Yo pensaba: “A ver, qué tipo de miedos tienen esos tipos. Ellos de lo que tienen miedo es de que descubran quiénes son. Porque ellos son padres, señores de oficina, hombres comunes y corrientes.”

—S: ¿Cómo narrar el feminicidio y escenificarlo sin violentar nuevamente a las víctimas?

—P: Alguien me cuestionó si pondría en el escenario la violación. No, ya las mataron una vez, no hay que volverlas a matar. En la primera escena de Lomas de Poleo, la chica tumba al suelo al violador y le saca el corazón, mientras le preguntaba qué iba a hacer con ella. Volvieron a interrogarme, “Pero, ¿la chica le está haciendo eso al muchacho?”. No, ella le está haciendo lo que a ella le hicieron. Invertimos el papel, porque no quería volvérselos a hacer.

Porque fueron hijas, hermanas, madres y nunca pensaron que les iba a pasar eso. Eran gente como tú y como yo, gente normal que vivió el horror. No estaban tan lejos, pasaron rozándonos el hombro. Eran gente que estaba aquí, oímos su risa. No son distantes.

Fueron a la tienda, fueron al baile, fueron al trabajo, a la maquiladora y no volvieron. “Salí de mi casa y en esta bolsa están todos mis gritos”, dice una chica, en otro momento de la obra. Cuando yo la estaba escribiendo pensaba: “Son niñas, son niñas que un cabrón despedazó y con ello despedazó a mucha gente”.

—S: ¿Cómo te sientes cuando dicen que eres el dramaturgo más famoso de Chihuahua y del Norte?

—P: Bochornoso. Me da pena. Ahora en Guadalajara me decían: “Oiga, lo invitamos allá.” Yo no pasé al público, me da pena. Soy muy vergonzoso. Empecé a mandar obras de teatro a concursos, porque me estaba muriendo de hambre y claro que da gusto pasar de pedir 20 pesos para la gasolina a escuchar que acabas de ganar 50, 000 pesos o 100, 000 pues. Un concurso no hace tu obra mejor, pero te da reconocimiento. Sin embargo, la lisonja no me gusta, huyo de ella. Nunca perseguí eso. No escribo para eso; aunque mentiría si te dijera que no me gusta el reconocimiento. Yo me estaba muriendo de hambre.

—S: ¿Sobre qué estás escribiendo ahora?

—P: Ahora estoy hablando sobre el abandono. Cuando nos hacemos mayores, cuando nuestros padres se hacen mayores dejamos de oírlos, de verlos. Muriel Barbery decía que dejamos a los mayores en esos mataderos como a un perro viejo.

Así hacemos con nuestros padres, con nuestros abuelos. Y pienso que a mí me hizo falta abrazarlos, quererlos más. Yo vivo casi al resguardo de mi máquina de escribir, me refugio mucho en mi trabajo. A lo mejor y debo escribir obras más esperanzadoras. ¿Tú crees que hay esperanza? La esperanza también es una ilusión.

—S: ¿Pilo Galindo en un par de palabras?

—P: ¿Sabes que soy autodidacta? Yo no estudié ni español, ni gramática, ni dramaturgia. Cuando imparto un taller de dramaturgia y me preguntan “maestro, ¿qué método va a utilizar?”, siempre digo, “pues, el mío”. Ese es el único que conozco. Creo que si los escritores no tienen nada que decir, no deberían escribir. No solo porque esté de moda un tema hay que escribir sobre él. Víctor Hugo Rascón Banda decía que mi teatro se parece mucho a el teatro alemán. Pero, yo no lo sé. A mí solo me gustaría que mi trabajo, el trabajo de Pilo, se conociera.

Le pido que me firme el libro Antología teatral y nos despedimos con un abrazo.

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